miércoles, 18 de enero de 2023

Bürgerbräukeller

 

En la Bürgerbräukeller en Múnich 

Discurso pronunciado el 8 de noviembre de 1935 

Camaradas: 

En verano (1923) estaba bien claro para nosotros que el dado debía caer en un lado u en otro de Alemania. Entonces estábamos convencidos de que si estadísticamente éramos los más débiles, por nuestras convicciones éramos los más fuertes y en cualquier caso estábamos en un estrato superior. Cuando llegó el otoño la cuestión era ya diáfana y se podía ver como bajo la presión llegada de la zona del Rhur algunas personas sin escrúpulos estaban decididas a acabar con Alemania. 

Fue entonces cuando decidimos - ahora lo podemos decir claramente - que si se llegaba tan lejos, por lo menos veinticuatro horas antes, seríamos nosotros los que, haciendo caso omiso de la ley, actuaríamos antes de que los otros tuvieran tiempo de reaccionar. Porque una cosa estaba bien clara y es que en aquel tiempo de la inflación, el que en medio del derrumbamiento tuviera el valor de tomar la decisión, tendría sin duda a todo el pueblo detrás. Sabíamos que si era una nueva bandera la que se levantaba en Alemania, en el extranjero exclamarían que no podían permitir en el Estado otro partido que el movimiento de la libertad, como se denominó al derrumbamiento alemán.

Esto lo sabíamos y precisamente de este conocimiento nació el valor para intentarlo. Los detalles no hacen falta que los explique hoy. Lo que ocurrió entonces difícilmente pueden muchos imaginarlo, sólo les diré que fue una de las decisiones más difíciles de mi vida y que aún hoy, al mirar hacia atrás, tengo una especie de sensación de mareo.

La decisión de pasar a la acción en Alemania y hacer frente al poder el pleno, fue indudablemente una locura, pero una locura que precisaba valor y que era necesario hacer. Era imposible actuar de otra forma. Alguien tenía que levantarse en esa hora de constantes calumnias y señalando a los culpables mostrarles los valores nacionales. 

Importaba poco quien lo hiciera, pero en todo caso fuimos nosotros los que lo hicimos, fui yo quien lo hice. 

En aquella ocasión el destino se portó bien con nosotros no permitiendo que nuestra acción contra el Estado alcanzase el éxito. Hoy sabemos que fue una suerte. 

Aquel día nos portamos con valor y virilmente. Fue el destino el que realmente actuó inteligentemente, sin embargo esa exhibición de valor no fue inútil, ya que de ella surgió el gran movimiento alemán, o mejor dicho, de esta acción se despertó el interés de toda Alemania hacia nuestro movimiento. Mientras nuestros adversarios estaban convencidos de haber acabado con nosotros, realmente la semilla había sido esparcida por toda Alemania. 

Cuando llegó el gran juicio era lógico y natural que todos - que éramos los mandos - defendiéramos esta lucha y nos hiciéramos responsables de nuestros actos, pero el miedo me asaltó pensando en los juicios siguientes destinados a más de cien camaradas de rango inferior. Ellos habían de presentarse ante el juez cuando yo ya estaba en la cárcel y tenía miedo de que bajo la presión de la posible sentencia uno u otro se derrumbara y para salvarse declarase que él era inocente y que fue obligado no pudiendo hacer otra cosa. Se me llenó el corazón cuando vi los primeros informes de prensa sobre el juicio de Múnich. Vi entonces que los hombres de la SA eran tan malos y tenían la misma cara que sus mandos y fue entonces cuando me convencí de que Alemania estaba salvada. El espíritu permanecía y nunca pudieron eliminarlo. De estos hombres salieron más tarde todos los que pertenecen a la más grande organización alemana. 

Este espíritu fue permanente y ello se ha demostrado sobradamente en miles de ocasiones y es esto lo que hemos de agradecer a nuestros caídos, pues ellos dieron el ejemplo en el momento más difícil de Alemania. Pues hay que tener en cuenta que mientras marchábamos, todos sabíamos que no se trataba de una marcha gloriosa. Estábamos convencidos de que era el final. Recuerdo a uno que al pie de la escalera me dijo: “Esto es el fin”, y todos teníamos este convencimiento. También ahora quiero recordar el caso de un hombre que hoy no está entre nosotros y al que rogué que no marchara al frente, me refiero al General Ludendorff, el cual me contestó: 

“Iré delante”, colocándose en la primera fila. 

Cuando la primera sangre fue derramada, el primer acto del drama alemán había terminado. No se podía hacer nada más, porque ahora la brutalidad legal estaba frente al movimiento nacional de liberación y había que llegar a la conclusión de que este camino era imposible seguirlo de nuevo en Alemania, se había terminado. 

Pero es precisamente ahora cuando viene el segundo mérito de los caídos. Nueve años tuve que luchar 

legalmente por el poder en Alemania. Esto también otros lo intentaron antes que yo, pero los otros en sus movimientos contaban únicamente con los más débiles y con los más cobardes, los cuales perecían ante la ilegalidad. Los revolucionarios estaban fuera de sus filas. Si yo no hubiera intentado en noviembre de 1923 la revolución y si entonces no se hubiera derramado sangre matando a tantos, me habría sido imposible decir durante nueve años: “A partir de ahora sólo lucharemos legalmente”, de otra forma únicamente podría haber contado con una parte del pueblo. Fue esa actitud la que me dio la fuerza para seguir este camino sin dejarme detener por nadie. 

Muchos se pusieron en contra mía, eso lo sabemos en la historia de nuestro partido, y 

me decían: “¿Cómo se puede luchar legalmente?”, y yo les contestaba: “Señores míos. ¿Qué pretenden? ¿Enseñarme como se lucha? ¿Dónde estaban ustedes cuando empezamos la lucha? De ustedes no preciso ninguna enseñanza sobre revolución o legalidad. Todo esto lo he hecho yo. Ustedes no tuvieron valor o sea que ahora cállense.” 

Y sólo así fue posible constituir un movimiento viril que a pesar de todo siguiese el único camino correcto que era posible tomar. Y a este hecho le debemos mucho, porque no vivimos solos en el mundo, alrededor tenemos Estados grandiosos que ven con malos ojos cualquier movimiento alemán y nuestra existencia sólo la garantiza una firme concepción del mundo y una sólida fuerza. Esto está bien claro, por ello nada conseguiríamos destruyendo el ejército existente, sino que lo que hay que lograr es unirlo a la causa nacionalsocialista y a su pensamiento, para poder así consolidar la unidad destinada a hacer a Alemania grande y fuerte ante el mundo. Esto lo vi yo claramente en el mismo momento en que sonaron los últimos disparos. Si vuelven a leer mi discurso final del gran juicio podrán decir que poéticamente predije el destino. Sí, lo dije, pero durante nueve años lo perseguí, y si pude luchar este tiempo para lograrlo, esto sólo fue posible porque antes tuvo lugar esta acción, porque antes murieron muchos hombres por ello. 

Así pues si ayer fue levantada en el Reich alemán una nueva bandera, esto constituye un acontecimiento histórico. Piensen ustedes que la historia de Alemania se puede seguir desde hace dos mil años y en toda esa historia jamás este pueblo ha tenido esta unidad de forma y acción, orientada por una concepción del mundo y protegida por un ejército, todo bajo una misma bandera. De verdad que los sudarios de esos dieciséis caídos hoy han de conmemorar su renacimiento, un renacimiento único en el mundo. Ellos han sido los libertadores de su pueblo, y es maravilloso constatar que gracias a esas víctimas caídas se haya logrado esta unidad alemana, que sólo tenemos que agradecerles a ellos, pues si en aquél tiempo no hubiésemos encontrado hombres capaces de dar su vida por este Reich, tampoco ahora habríamos logrado su unidad. Todos los que posteriormente se sacrificaron tenían como ejemplo esa sangre preciosa de estos primeros hombres, y es por ello que queremos ahora sacarlos de la oscuridad del olvido y colocarlos en el justo lugar dentro de este pueblo alemán. 

Con estos caídos pensaban los adversarios haber acabado con el movimiento nacionalsocialista y, contrariamente, sólo lograron iniciar el río de sangre que desde entonces iba a correr más y más, y así hoy, donde se encuentra un alemán - y esto es algo maravilloso - ve otra señal de unidad que aquella que ya llevaban nuestros camaradas del partido de entonces en el brazo y, ciertamente, es un milagro haber logrado esta evolución de nuestro gobierno. A los que nos sucedan se les antojará una fábula. Un pueblo hundido y dividido y de entre él surge un pequeño grupo de hombres que empiezan su marcha, una marcha que empieza fanáticamente y recorre fanáticamente el camino. Unos cuantos años después de esas personas nacen ya grandes batallones, regimientos y divisiones, de grupos de pueblos surgen ya en las provincias y unos pocos años más y ese movimiento suministra los ministros del gobierno y siempre, permanecieron en la lucha en la calle y una y otra vez iban cayendo y siendo heridos, pero día a día el río se hace más grande y desemboca en el poder, y es entonces cuando pone su bandera sobre todo un Estado. Un maravilloso ciclo. 

La Historia en el futuro lo recordará como ejemplo único y maravilloso. Se buscarán ejemplos pero no serán hallados. No se encontrarán ejemplos de un pueblo y un Estado que en tan poco tiempo hayan alcanzado tanto. 

Por eso nosotros somos felices de no tener que rememorarlo en libros, sino de haber sido elegidos por el destino para vivirlo. Nosotros, camaradas, podemos estar orgullosos de que la Historia nos haya elegido a nosotros como protagonistas para una misión de esta índole. Hace muchos años ya dije a nuestros camaradas: “Quizá llegue un día en que os preguntéis cual será la recompensa. Camaradas, un día llegará en que estaréis orgullosos de vuestra militancia y la considerareis el símbolo de una nueva luz y podréis decir: yo estuve ahí desde el principio”, y es esto lo que nos une en forma tan estrecha, pues los que vengan luego lo aprenderán en los libros, pero nosotros estuvimos ahí, lo hicimos. Hay generaciones a las que se enseñan leyendas heroicas, nosotros hemos vivido esa leyenda, hemos marchado con los héroes. El que los nombres de cada uno de nosotros sean conservados para el mañana carece de importancia. Lo importante es que formamos una sola unidad y esta permanecerá. Nunca más desaparecerá de Alemania y de la sangre de esos primeros combatientes seguirá saliendo la fuerza para nuevos caídos y es por ello que siempre estaremos en deuda con los primeros que cayeron. 

Este movimiento será ya para siempre, y siempre se habrá de acordar de aquellos a los que debe agradecimiento No se debe preguntar: “¿Cuántos fueron heridos?”, sino: “¿Cuántos marcharon?”, es entonces cuando se percibe la grandeza de este ejemplo. Además se habrá de preguntar también: “¿Contra cuántos marcharon?” ¿O es que alguna vez se inició en Alemania una lucha contra tantos adversarios? De verdad que es necesario mucho valor para ello, pero precisamente porque entonces mostraron valor nunca los olvidaremos. 

Siempre tuve muy claro que si alguna vez el destino me deparaba el poder, sacaría a esos camaradas de sus cementerios para honrarles y mostrarlos a la nación y así como esa resolución siempre estuvo viva en mí, así hoy la he cumplido. Ahora ellos entran en la eternidad de Alemania. En aquella época no pudieron ver el nuevo Reich, sólo podían imaginarlo, pero ya que les fue imposible vivir este Reich y verlo, nosotros nos preocuparemos de que el Reich les vea a ellos y es por ello que no les he asignado una fosa donde reposar. No, igual que ellos en su día marcharon con el pecho descubierto, así ahora han de permanecer con sus ataúdes bajo el cielo de Dios, como perenne señal para el pueblo alemán. Para nosotros no están muertos, esos templos no son fosas, sino puestos de vigilancia permanente. Ahí están para Alemania y vigilan a nuestro pueblo. 

Aquí reposan como testigos fieles de nuestro movimiento. Nosotros y nuestros adversarios cumplieron con su obligación hacia estos camaradas. No les hemos olvidado, les llevamos en nuestros corazones y tan pronto como nos ha sido posible nos hemos cuidado de que su sacrificio entrara de nuevo en las mentes de todo el pueblo y de que la nación alemana nunca olvide estos sacrificios. 

A ustedes mismos, viejos luchadores míos, les quiero saludar ahora. Hace doce años estuvimos en esta sala y ahora otra vez. Pero Alemania ha cambiado. Lo que predije hace doce años se ha cumplido. Hoy el pueblo alemán camina unido, tanto en la cumbre política como en su vida interior, como la empuñadura de una espada. Nos hemos convertido otra vez en un Estado fuerte, ya no estamos sometidos ante nadie. La bandera ondea hoy fuertemente y es símbolo de la resurrección del Reich alemán, del nuevo Reich. Y a ustedes, como en tantas otras ocasiones, les quiero volver a dar las gracias porque entonces se unieron a mí, se unieron a un desconocido y marcharon en sus filas y asistieron a sus reuniones. Por ello les ruego que rememoren aquel tiempo, ya que es maravilloso poder llevar dentro de uno mismo un recuerdo tan maravilloso. A lo largo de miles de años a muy pocas naciones les ha sido posible lograr esto. Los caídos fueron elegidos por la suerte y ellos han de quedarse con esta bandera, como símbolo de la revolución nacionalsocialista. 

 ¡Viva nuestra Alemania nacionalsocialista! 

 ¡Viva nuestro pueblo! 

 ¡Y vivan también los caídos de nuestro movimiento! 

 Alemania y sus hombres, vivos y muertos: ¡Sieg Heil! 

 ¡Sieg Heil! ¡Sieg Heil!



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